La dolce vita de Federico Fellini


Marcello Rubini es un periodista que se mueve por la noche elitista de Roma en La dolce vita de Fellini, que la vive junto a sus protagonistas para después escribir sobre ella. Y que vive encadenado al encanto que las clases altas provocan en las bajas. Así se entiende la escena famosa de la Fontana di Trevi, cuando el actor protagonista -Marcello Mastroianni- contempla la belleza exuberante, intocable, de Anita Ekberg: inalcanzable para él.

La dolce vita habla de un periodista de orígenes humildes que es hipnotizado por el brillo intenso de las fiestas burguesas de Roma, donde las estrellas de cine y la nobleza celebran la alegría de haberse conocido en un mundo que les es completamente favorable. En el relato, la historia de Rubini queda suspendida en el tiempo hasta que aparece su padre en la ciudad. Hasta ese momento simplemente es un vividor con una realidad cotidiana que significa una carga para él: su mujer Fanny -Magali Noel- pierde la cordura por los celos que siente ante Maddalena -Anouk Aimée-, una belleza de buena familia por la que suspira Marcello Rubini. Cuando aparece el padre del periodista en Roma, por un viaje de negocios, se comporta como un rufián que embelesa a las damas, y el protagonista se reconoce en la crueldad que esa infidelidad significa para su madre.


Este instante significa un nexo entre el Marcello Rubini presente en el relato, y el chico de provincias del que proviene. Es un lapsus que Fellini permite a su personaje para reencontrarse con la sencillez y, quizá, encauzar su vida, lejos del lujo y la juerga autodestructiva de los ricos. Pero hay más oportunidades, y el realizador las personifica en una chica humilde que trabaja en un bar, que aparece como el último desvío que puede evitar la destrucción de Marcello Rubini. A pesar de la imagen de pureza que emana la muchacha, el periodista guía su realidad hacia un laberinto, donde Fellini se congratula de grabar escenas geniales que ponen en evidencia la superficialidad, la vanidad, la idiotez y la tontuna de esas clases altas que se sienten inmortales en sus burbujas de realidad, en sus castillos.

Es increíble la humanidad con la que Fellini compuso al personaje que interpreta Marcello Mastroianni, porque el espectador no lo puede odiar, ni siquiera puede considerarlo como un hombre cruel, a pesar de como trata a su esposa. El periodista es un fruto de su momento, de los flashes de su amigo Paparazzo, que dibujan una sociedad donde los ricos parecen mejores, inmortales. Y Rubini quiere pertencer a ella, aunque no le corresponda, o aunque sea irreal; y el espectador cae rendido, como lo hace el protagonista, ante la personalidad hipnótica de Maddalena -Anouk Aimée- y la belleza de Anita Ekberg.

Fellini escribió a Rubini como su alter ego, porque el director también era un hombre de provincia encandilado por esas mujeres de la alta sociedad romana. Y en la película, el realizador juega con esa realidad para desenmascararla.

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