"Shutter Island": La dualidad de una película perturbadora



Es complicado no salir de ver “Shutter Island” con mal cuerpo, bien sea por su morbosidad explícita, su ambiente asfixiante y goyesco o las carencias de un guion mal resuelto. La mente acaba perturbada. Bien es cierto que los méritos como director de Martin Scorsese y su trabajo de posproducción hacen de esta una película de muy bella factura. También es verdad que es el propio Scorsese el que ridiculiza su labor hasta límites estrambóticos.

Porque el nuevo proyecto de ficción de Scorsese deambula por senderos muy diversos y, en ocasiones peligrosos. Por un lado es una espectacular y calculada película de cine negro, con los arquetipos del género: el detective alcohólico y de oscuro pasado, con una mente clarividente y un lenguaje afilado. Por el otro, es una inmersión en el poder de la mente, en la locura y la paranoia. No sólo en la paranoia de los personajes, también en la colectiva, aquella que llevó a los EEUU al McCarthyismo y a la persecución y represión del comunismo en el marco de la Guerra Fría. Mientras, se recrea un ambiente opresivo, como la propia "cárcel" en la que se desarrolla la acción. Incluso Scorsese es capaz de trasladarnos ese olor a medicamentos, a putrefacción, a muerte. La sala del cine se convierte en una sucia celda asfixiante.



Aquella primera parte que he comentado empieza con la investigación que llevan a cabo Leonardo DiCaprio y su ayudante ante la fuga de una prisionera de un sanatorio mental de máxima seguridad. Con este argumento Scorsese realiza una magnífica narración, con momentos gloriosos de puro cine negro. Los diálogos resultan geniales, la trama es fluida, la investigación es inteligente, estimulante. Poco a poco se van atando cabos y en todo momento sólo sabemos aquello que va viendo DiCaprio, como si de una reedición de "Chinatown" se tratase. Promete.



Metidos ya en el desenlace la narración se bifurca con cierto estrabismo, dos caminos: el psicológico (el de los locos) y el de los policias, comfluyen de mala manera pero con marcada maestría. Gracias a Dios, en ningún momento te da una dirección a seguir, es tu intuición la que te debe marcar aquello que es real o irreal. O incluso, que todo sea mentira. Pero aunque esta parte del filme este bien construida, resulta mucho más torpe en su ejecución, menos creíble. Para colmo, se permite un momento de absoluto patetismo (no diré mucho, pero es la escena de los tres hijos y el lago) que desmerecen el final de la obra y dejan un mal sabor de boca. Da la sensación que con tan buen material inicial, el cierre ha sido más bien chapucero.

Comentarios

Jack ha dicho que…
Tengo muchas ganas de verla. Me alegro que la comenteis.

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